Kofresí es el caballo de Paso Fino Puro Puertorriqueño más conocido y que más ha influenciado la Raza después de Dulce Sueño. Pero es importante que entendamos algo… antes de Kofresí ya existían caballos manibajitos, caballos reunidos y caballos rápidos, la novedad de Kofresí es que reunió todas esas cualidades en un solo ejemplar. Si a esto le añadimos que existió en la coyuntura histórica cuando se buscaba un “nuevo” modelo o se quería perfeccionar el que teníamos, y que fue un caballo prepotente, fijando sus cualidades en su progenie, encontramos un fenómeno que transformó nuestra Raza en lo que hoy conocemos.

Les comparto este interesante artículo/entrevista que el querido amigo, poeta, catedrático y pasofinista Antonio Ramírez Córdova ha tenido a bien enviarnos.

Kofresí: en el recuerdo de José Juan Martínez
por Antonio Ramírez Córdova

[box style=”rounded” border=”full”]Nota del Editor: Este articulo fue publicado en el desaparecido periódico El Mundo el domingo 6 de mayo de 1990. Agrotemas (Vol. 13, Núm. 11) lo vuelve a publicar para el beneficio de los miles de amantes de nuestros caballos de paso fino.[/box]

Sucede lo de siempre; se hace camino al andar y heme aquí mirando a lontananza el pueblo de Ciales, que para el poeta Juan Antonio Corretjer era la plaza, la iglesia, el vuelo de las golondrinas, la acera, los relinchos y las boñigas, los techos de zinc y yaguas, la yerba húmeda de las cunetas, las sonrisas puestas en los balcones, los almendros de las calmadas tardes, los tamarindos, los mangoes, las palmeras en sus pequeños aljibes, los sillones bajo las sombras rumorosas, el privilegio aldeano de su niñez y de su adolescencia frente a la belleza de esta isla soñada.

Siento deseos de tirar mi sombrero al aire, porque voy a hablar de caballos con José Juan Martínez Vicéns, un caballista de abolengo que ha visto muchas veces la piel relampagueante de un caballo de paso en la alta noche y sabe muy bien que la mujer y el caballo son los dos seres más amables de la creación y que son los únicos por los cuales se puede llorar sin avergonzarse de las lágrimas vertidas, según reza el viejo adagio labriego que un caballo fino es lo mismo que unos ojos templados por el amor en un día marino o en una noche brillosa.

José Juan sale a recibirme en su finca El Llano del Barrio Pezas sacudiendo su ropa instintivamente bajo un sol humeante y sonríe del todo cuando le digo que vengo a aprender de la historia del caballo de Paso Fino puertorriqueño y a preguntarle algunas cosas sobre el campeón Kofresí, que fue suyo por catorce años y que para los entendidos ayudó definitivamente a mejorar la raza caballar de los últimos veinte años, porque deja una estela de campeones y campeonas que hacían y hacen que nos quitemos el sombrero en el paraíso de sueños de unas competencias domingueras y que lo hizo en un periodo de transición en que deja atrás, a mi juicio, el paso antiguo y sobrio, de movimientos rítmicos y cadenciosos por uno de ejecución violenta de paso corto y acelerado en fugitiva esencia de esplendor y belleza.

José Juan me recuerda que yo vi muchas veces el campeón Kofresí en sus pesebres y yo le digo asintiendo con fuerza que también en el Parque Sixto Escobar en una exhibición del caballo abrigada de un entusiasmo conmovedor que no se olvida y que era un caballo alegre, muy superior a los de su época y que tenía un cuello mandado a hacer. A José Juan los ojos se le transforman en una Fiesta de Reyes cuando pone su mano blanda y pesada sobre mi hombro para decirme que cuando él lo compró, el caballo estaba cojo, que había sufrido un accidente yendo para Isabela a competir con la mala suerte de partirse una pata de atrás… que Wilfredo Beltrán, su criador, se lo vendió a Joche Méndez, pero que él caballo causó muchas controversias desde el primer momento porque se sabía de su cojera y que por eso Joche Méndez decidió venderlo… que Don Antonio Kuilan se lo indicó y que él decidió comprarlo inmediatamente porque lo había visto suelto de potro muchas veces en la hacienda Lopategui de Ciales y porque tenía una viveza que los otros caballos que él había visto desde niño no tenían.

Yo levanto el rostro para mirar la lejanía mientras escucho lleno de gusto el golpe plomizo de un pájaro carpintero y le digo que el caballo tenia relámpagos en las patas. Entonces José Juan me dice suavemente que era un caballo muy noble, que jamás tuvo resabios, que no se resistió nunca, que cuando lo montaban se le notaba inmediatamente la nobleza, la disposición de campeón indiscutible, que lo podía montar un niño, que las mujeres lo montaban, que sabía cuando iba a competir y que la cojera se la quitaron los Kuilan, Minín y Toño que en eso de caballos son la Biblia.

Entretanto, yo me voy envolviendo en una malla de recuerdos y le pregunto que desde cuándo le gustan los caballos. José Juan me dice que le encantan desde pequeño, que su primer regalo en fiesta de Reyes fue un caballito rucio moro, que cuando tenía doce años se cayó de uno que no tenía cincho, que perdió la dentadura, que en este tiempo Ciales era un centro agrícola donde todo se movía en recua de mulas y a caballo, que las calles estaban empedradas, que sólo había una carretera, la de Manatí-Ciales-Jayuya, que a Manatí fue muchas veces en calesa a buscar mercancía, que le gustaba salir en cabalgata con merienda y todo y llegar a Morovis para rondar balcones y que en ese tiempo el “sport” era tener un buen caballo y una buena silla.

José Juan sigue hablando con entusiasmo mientras en el cielo azulísimo giran lentamente dos guaraguaos. Los recuerdos de ese tiempo que se llena de añoranzas van apareciendo nítidos en su memoria: caballos de andadura por caminos reales de greda roja, los juanetazos de ron pitrinche al son de música típica de la montaña, el caballo Dulce Sueño en la plaza de Guayama en el 1936, montado por don Eusebio Masso, el montador de don Genaro Cautiño, las fiestas mallorquinas de mazapán y sobreasada en las viejas haciendas de café donde los ojos se le iban tras los pasos finísimos de los caballos de silla de su tío José Antonio Vicéns, El Nono.

Entonces yo le digo al trasponer la puerta de su casa que me gustaría saber que piensa él del Caballo de Paso Fino Puertorriqueño. José Juan me contesta después de un silencio breve que el caballo nuestro es uno de caminar tan fino que jamás se podrá igualar con ningún caballo de otra raza, que es un caballo tan exquisito que nunca se sale de paso, que sus cualidades son muchas por su ritmo, su porte, su cadencia, su hermosura, la hermosura de una rosa dormida pienso yo mientras contemplo las hojas de un almácigo blanco desde la sala de José Juan.

Es viernes. El sol brilla sobre los árboles. Un balde de latón relumbra bajo la luz fecunda de la tarde. Yo le digo a José Juan hojeando mi libreta de apuntes que me diga lo que sabe sobre la doma de potros de paso fino. José Juan me contesta hilvanando un torrente de expresividad y experiencia que jamás se deben montar de potritos, que la alimentación cuenta mucho, que para él se deben voltear a la soga hasta los 24 meses, que siempre hay que tratarlos con mucha delicadeza, añadiendo con legitimo orgullo que en su casa jamás se le pegó a un caballo, que a el siempre le ha gustado el método tradicional de montura a serreta a la misma hora, poco a poco, con esmero, con cuidado, con paciencia, a ritmo natural, conociéndose siempre sus cualidades a fondo.

Desde la cocina nos llegan los olores de un bacalao guisado. José Juan añade lleno de orgullo que él fue criador de tres campeones de paso fino, Magallanes, un hijo de Guamaní, en la Princesa, una yegua finísima que consiguió en 1954 por mediación de don Pepe Lugo en la Central Pasto Viejo, que en 1962 le compró a Wilfredo Beltrán a Galana y que de ella nació Siboney El Brujo por Kofresí que fue también campeón invicto, que el otro fue Cialito que era un caballazo, aunque un poco mas pequeño que Siboney El Brujo y que es el padre del campeón Freko.

Yo me imagino al campeón Kofresí restregando su belfo en las manos de su dueño y procuro aprisionar el momento para siempre. Muchos recuerdos de mi niñez y de mi adolescencia van apareciendo en mi mente: José Juan con mi tío Ubaldo montados en un Studebaker azul de 1949 en domingos de parranda larga, José Juan con un gallo coliblanco en las manos en la gallera de Cataño de mi tío Roberto, José Juan de anfitrión en fiestas de Navidad cuando tiraba la casa por la ventana.

Afuera la tarde pasa fugaz con sus alas enormes y veloces.

Comentarios de otras personas

  1. Gran ensayo de Ramirez, siempre con el brillo de poeta. Mi respeto a su trabajo. y en los gallos ni se diga, que son finos de verdad esos leales

  2. Saludos mi padre fue muy buen amigo de José Juan y de Ronie, tuvimos un llegua desendiente de Kofresi que nos dio una portada hermosa y caminaba espectacular. Recuerdo ver en la jaula kofresi y a su vecino de jaula, Cialito. Que hermosos recuerdos.

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