Cuando observamos la naturaleza, resulta asombroso ver como cada especie se ha adaptado a su medioambiente.  Algunos han desarrollado velocidad y agilidad para escapar de los depredadores.  Otros se han adaptado al clima extremo, como el frío del ártico o el calor del desierto.  Y no faltan los que tienen un pelaje o plumaje que los disimula con su entorno.  Uno de los mecanismos que la naturaleza utiliza para todas estas variantes es la selección natural… un proceso donde se reproducen los ejemplares más aptos para la supervivencia. “Survival of the fittest”, nos dijo Darwin, porque los que no se adaptan, mueren.

Hay que mirar al pasado para encontrar el futuro del caballo puertorriqueño de Paso Fino

Sin embargo, en las razas de animales domésticos el proceso totalmente diferente.  Ya no se trata de adaptación, sino manipulación genética del hombre para producir animales con unas características específicas.  Aquí no entra en juego el azar, ni la evolución, ni la capacidad de adaptación, sino la mano de los criadores que van creando las distintas razas con unos propósitos específicos en mente.

La FAO (Food and Agriculture Organization) es una rama de las Naciones Unidas que, entre otras cosas, estudia las razas de animales domésticos en el mundo.  Según esta organización, en los últimos 100 años se han perdido cerca de 1,000 razas distintas y, en la actualidad, el 20% de las razas de animales domésticos está en peligro de extinción.  Esto debería ser importante para nosotros ya que este año (2020), The Livestock Conservancy incluyó al caballo puertorriqueño de Paso Fino en su lista de razas en peligro de extinción.  Ambas organizaciones reconocen la importancia de preservar la diversidad genética en las razas de animales domésticos, pues cada raza tiene características que las hacen únicas e irrepetibles, y una vez se pierde una de ellas es imposible recuperarla.

Cuando miramos los caballos, a simple vista observamos la diversidad genética que existe entre las razas.  Por ejemplo, un caballo de carreras (Thoroughbred) es muy distinto a un Percherón, y un Shetlan Pony contrastará al lado de un Appaloosa.  De la misma forma, un Hanoverian no puede compararse con un Paso Fino.  Unos han sido diseñados para correr, otros para tiro, otros para saltar, otros para trabajar con ganado, otros para montar por placer… cada raza ha sido desarrollada por sus criadores para satisfacer sus necesidades y gustos, y cada una cuenta con unas características específicas que la hacen apta para realizar el trabajo para el que fueron diseñadas.

El caballo puertorriqueño de Paso Fino fue diseñado para ser un caballo de silla.  Esto significa que una de las primeras consideraciones era la suavidad de la marcha y la comodidad del jinete en la silla.  Aunque hay varias características que distinguen nuestra raza, es su forma particular de andar, su aire característico, lo que la define y separa de las demás razas equinas.

No voy a entrar en una descripción profunda del aire del Paso Fino, para efectos de este artículo basta que digamos que la marcha de nuestros caballos debe ser suave, porque en esa suavidad está la comodidad del jinete.  Sabemos que el Paso Fino es una marcha en 4 tiempos isócronos que se derivan de una ambladura rota, de ahí que digamos que su paso es lateral.  También sabemos que este aire está impreso en el ADN de nuestros ejemplares: nacen con esta característica que han heredado de sus padres y la transmitirán a su descendencia.  O sea, que este aire es natural en ellos, tan así que los potrillos lo exhiben desde el momento en que nacen.

El primer indicio de una raza la encontramos a finales del siglo 18, cuando el naturista francés Andrë Pierre Ledrú, luego de observar las Carreras de San Juan, dice que: “La velocidad de estos caballos indígenas es admirable; no tienen trote ni el galope ordinario, sino una especie de andadura, un paso tan precipitado que el ojo más atento no puede seguir el movimiento de sus patas”.  Es importante que entendamos algo, esa velocidad de la que habla Ledrú, esa dificultad de seguir el movimiento de sus patas, no se refiere a un ejemplar reunido y ejecutando con alta frecuencia, como podríamos ver hoy en día en una competencia.  No.  Su comentario trata de explicar la carrera del caballo en una andadura rota, lo que hoy llamamos “paso largo”.

El caballo puertorriqueño nació como un animal de transporte y de trabajo.  Un caballo con una marcha sumamente suave y cómoda para su jinete.  Una marcha que le permitía cubrir terreno con velocidad, pero que podía reunirse al llegar al pueblo.  Una marcha con un ritmo único y particular… pero todavía no era el Paso Fino que conocemos hoy en día.

El historiador Adolfo De Hostos recoge en sus anotaciones que en 1849 se prohibieron las Carreras de San Juan, pero se llevó a cabo el primer concurso de caballos documentado en Puerto Rico.  También De Hostos dice que en 1860 se criaba en la Isla una raza de caballos que era muy admirada en las Antillas… el nombre de esa raza era “Paso Fino”.

¿Cómo pasamos del caballo indígena de la andadura rota o paso largo, al caballo propiamente de Paso Fino con las características que tenemos hoy en día?  El proceso se dio en las haciendas, cuando se fueron seleccionando los mejores ejemplares para los hacendados y mayordomos.  Para ellos se escogían los caballos más suaves y de marcha más cómoda, los más elegantes, de más gallardía, de más belleza… en resumen, los más “refinados”.  Y aquí refinado—el “fino” del nombre Paso Fino—no se refiere a un paso repicado, sino a la finura que denota un grado de calidad que sobresale sobre los demás.  Por ejemplo, Godiva es una marca de chocolates finos… Rolls Royce es el más fino de los automóviles… la seda se considera la tela más fina… y el caballo puertorriqueño surgió como el más fino de todos los caballos de Paso.  Tan fino y “admirado” era el andar de nuestros caballos que su marcha se conoció como “Paso Fino” … y la raza se bautizó con el nombre de ese aire que los hacía únicos en el mundo.  En la Isla se siguieron criando caballos para trabajo y para paseo (caballos criollos), pero los más refinados se separaron aparte y en 1943, cuando se formó la Asociación de Dueños de Caballos de Silla de Puerto Rico (hoy la Federación), se comenzó con ellos el primer registro oficial de caballos de Paso Fino.

A través de los años se ha ido describiendo el Paso Fino como una andar natural, rítmico, cadencioso, reunido, de 4 tiempos laterales de igual duración (isocronía), elástico, suave, cómodo y delicado, que se debe ejecutar con gracia, fogosidad y viveza.  Aunque estas palabras se repiten continuamente en los escritos de Gaztambide Arrillaga y Ruiz Cestero, así como en los reglamentos de las tres entidades y la Ley de la Agroindustria, siempre han estado sujetos a la interpretación de los dueños, criadores y directivos de las entidades.  Por eso, en la historia de nuestra raza, encontramos periodos de luz y de sombras, donde el modelo “de moda” variaba para bien o para mal de la raza.  Por ejemplo, a finales de los 80 se propuso en algunos círculos que el caballo, para ser “fino”, no podía ejecutar con mucha fuerza en su tren posterior.  Esto produjo varias generaciones de caballos deficientes y sin fuerza en sus posteriores.  En ese tiempo también comenzó a declinar el interés por los eventos de Bellas Formas, lo que causó que la elegancia y la importancia de una buena conformación pasaran a un segundo plano.  Simultáneamente (al aparecer unos caballos de menor tamaño que tenían buena frecuencia) se impulsó la idea de que el caballo “grande” no podía ejecutar con la misma finura y frecuencia, por lo que se perdió tamaño.

Tal vez el cambio más significativo se produjo en los años 60, al aparecer el caballo Kofresí.  Aunque en nuestra raza siempre existieron los ejemplares reunidos y repicados, el caballo ideal se definía como un caballo más desplazado, con el andar característicos de aquellos caballos que se separaban para los hacendados.  En esa coyuntura histórica, los caballos habían dejado de ser instrumentos de trabajo y tampoco se necesitaban como medio de transporte, así que pasaron a ser objetos de lujo.  Ahora se comenzaban a admirar como animales de exhibición y es ahí que Kofresí trajo un estilo “nuevo” (no era realmente nuevo, pero fue en ese momento que los criadores y entusiastas acogieron ese paso repicado como el modelo a seguir).

La raza enfrentó varios retos durante las décadas siguientes.  Se perdieron líneas importantes.  Se reinterpretó (una mala reinterpretación) el concepto de “finura” que, como expliqué antes, hizo que se perdiera fuerza en el posterior y flexión en las extremidades.  La buena conformación, el tamaño y la elegancia perdieron importancia.  Y el caballo puertorriqueño vio reducida considerablemente su población en cantidad y calidad.

Es cierto que actualmente estamos viendo un “resurgir” de la raza.  Hay entusiasmo y deseos de buscar ejemplares más “completos”.  Pero las nuevas generaciones de caballistas, a falta de un modelo histórico claro, definido y bien documentado de nuestra raza, han recurrido a “inspirarse” en los caballos de Paso Colombiano.  Eso es un error pues, además de ser razas diferentes, nuestro deber debería ser preservar las características innatas de nuestra raza, no buscar evolucionarla para parecerse a una raza distinta a la nuestra, por exitosa que ésta sea en términos de mercadeo.


Aquí, si me lo permiten, quisiera hacer un paréntesis.

Como caballistas, admiro lo que los hermanos colombianos y peruanos han hecho con sus respectivas razas de caballos.

En el caso de los colombianos, su visión de “raza” es mucho más amplia que la nuestra pues el Caballo Criollo Colombiano agrupaba varios tipos de caballos (modalidades) con andares, conformaciones y características distintas.  Por ejemplo, en la década de los 50 surgió en Colombia el caballo Don Danilo, un caballo con un cuarto de sangre Lusitana, nieto de un caballo importado a Colombia para rejoneo.  Don Danilo tuvo la virtud de poder ejecutar todos los aires del Caballo Criollo Colombiano: trote, galope, trocha y paso.  La popularidad de Don Danilo fue tal que se usó extensamente como semental en yeguas de todas las modalidades.  En la actualidad su sangre se encuentra tanto en ejemplares de Trote y Trocha, como de Paso.  Esto nos demuestra que la idea de naturalidad y pureza que nosotros valoramos tanto en nuestra raza es muy distinta a la que tienen los hermanos colombianos.

Dicho esto, es interesante la visión de Fabio Ochoa al mercadear sus caballos bajo el nombre y concepto de “paso fino”.  Aquí no reinó el amor por el Caballo Criollo Colombiano o el orgullo por lo auténticamente Colombiano, sino que imperó la ambición de un negociante de caballos, que aprovechó la oportunidad para explotar un mercado inmenso donde vender sus ejemplares.  Como la raza no era lo primordial (el concepto de “paso fino” no era original de Ochoa ni de Colombia), el caballo se convirtió en un mero producto que vender y, como tal, se acomodó a la demanda de los compradores.  Con esto quiero decir que el caballo de Paso colombiano fue “evolucionando” para suplir la demanda y el gusto americano, que era su mayor cliente.  Y este gusto, matizado por el caballo puertorriqueño de Paso Fino, quería caballos reunidos y pulidos.  La velocidad o frecuencia excesiva fue un producto colateral por los cruces con caballos de trocha y, al gustarle a los clientes, se convirtió en un punto de mercadeo.  Como la naturalidad no era importante para los criadores colombianos (y difícil de obtener por el cruzamiento de ejemplares de aires laterales y diagonales), se inventaron frases como que el caballo de paso “descansa en la trocha”.  Desde un punto de vista comercial, es admirable la evolución del caballo colombiano, que fue de un caballo de silla a uno de espectáculo (“de circo” dijo una vez un criador colombiano que no estaba de acuerdo con el rumbo que llevaba su raza), y más admirable aún la forma como Fabio Ochoa y los que le siguieron construyeron toda una industria sobre un modelo que no era realmente colombiano.

El caso de los peruanos es muy diferente… tan diferente que podemos decir que es totalmente opuesto.  Ellos no solo tienen una raza bien definida, sino que sienten un orgullo inmenso por su caballo y todo lo que culturalmente significa su raza para Perú.  Al igual que el nuestro, el caballo peruano de Paso se desarrolló como un caballo de trabajo y como medio de transporte.  Los peruanos, al igual que los puertorriqueños, valoran la comodidad de su cabalgadura y la suavidad de su marcha, y consideran su raza como el mejor caballo de silla del mundo.

Es interesante saber que cuando se formó la primera organización en los Estados Unidos, aunque la definición de “paso fino” estaba tomada del caballo puertorriqueño, la organización se abrió para registrar caballos colombianos y caballos peruanos (también había algunos caballos importados de Cuba).  A diferencia de los colombianos, que vieron la oportunidad comercial y la aprovecharon, los peruanos se separaron pues no querían que su raza fuera confundida con otras razas equinas.  Al separarse no solo formaron su propia organización para promover el caballo peruano de Paso, sino que mantuvieron la autenticidad de su raza, no buscando “evolucionarla” ni atemperándola a los gustos o necesidades modernas, sino conservando las características que valoraban sus antepasados.  Y junto con su raza, los peruanos han conservado toda su herencia caballar: sus aperos, sus vestimentas, su vocabulario, sus competencias y todo lo que es parte de la cultura peruana.  En la actualidad, el caballo de paso Peruano se encuentra en más de 20 países y es reconocido mundialmente con la raza caballar emblemática de Perú.


Después de este no tan corto paréntesis, quisiera que retomáramos la conversación sobre nuestro caballo puertorriqueño de Paso Fino.  Decíamos que a falta de un modelo histórico claro, definido y bien documentado, los nuevos caballistas han recurrido a “inspirarse” en los caballos de Paso Colombiano.  Esto no solo es un error cultural, sino que se aparta de lo que genéticamente es nuestra raza.  ¿Recuerdan que mencionamos la FAO y The Livestock Conservancy?  El valor genético de nuestra raza está en que es única y no se parece a ninguna otra raza de caballos.  Por eso, en lugar de imitar a otros, deberíamos celebrar nuestras diferencias, valorarlas, realzarlas y preservarlas.  Ese debería ser el rumbo para la conservación del caballo puertorriqueño de Paso Fino.

Recientemente, en una entrevista que “Paso Fino, Raza Autóctona de Puerto Rico” le hiciera al Lcdo. Luis Laguna Mimoso, le pidieron que comparara los ejemplares actuales con los que había antes.  Lulique no contestó directamente, pero invitó a José Huertas a compartir videos de los años 70 y 80, donde podían apreciarse los ejemplares más importantes de ese tiempo.  La realidad es que aunque la calidad de nuestros ejemplares ha mejorado en los últimos años, nos falta un gran trecho para poder compararlos con la época de oro de nuestra raza.  Tal vez hemos aumentado la frecuencia, ¡pero hemos perdido tanto en el camino!  Algunos pensarán que hemos perdido tamaño y conformación, y es cierto, pero ese es solo el comienzo de la lista.

Nuestra raza no solo era una raza de caballos de silla, sino que era la mejor de todas, la más cómoda y de la marcha más suave, tan así que nuestros abuelos se idearon la prueba de la copa de agua para demostrar la suavidad y delicadeza del Paso Fino.  Si hiciéramos esta prueba hoy en día, a muchos se les dificultaría mantener la copa llena.  La realidad es que hemos perdido suavidad… y finura.  Más grave aún, la idea de “finura” que tienen algunos está muy ligada al modelo colombiano, donde en la búsqueda del “parqueo” los ejemplares lucen “robotizados” pues han perdido la flexión en las rodillas, corvejones y menudillos.  Esa falta de flexión afecta la suavidad y comodidad de la marcha, y están dentro de lo que llamamos “pasi-trote”.  Basta con observar sin apasionamientos nuestras competencias y exhibiciones para encontrar múltiples ejemplos de esto.

La pérdida de tamaño, mala conformación y falsa finura no son los únicos problemas actuales de nuestra raza.  La pérdida de calidad es un mal generalizado que muchos no entienden o no aceptan.  Cuando vemos nuestras competencias y exhibiciones, aunque es cierto que han surgido un puñado de ejemplares muy buenos, tenemos que reconocer que a la gran mayoría les falta calidad.  En una competencia durante los años 70 (hace 50 años) teníamos eventos con 10 o 12 ejemplares extraordinarios y un puñado que “hacían grupo”.  Hoy resulta a la inversa, tenemos uno o dos ejemplares de más calidad mientras que el resto no deberían ni siquiera recibir premios.  Esto no solamente pasa en los eventos regulares, también pasa en los campeonatos donde encontramos ejemplares que carecen de los méritos para estar a ese nivel, ejemplares que son de “performance” y “pleasure” (“de paseo” diríamos nosotros), y los evaluamos y premiamos como de “paso fino”.

Nuestro norte—como dueños, como criadores, como exhibidores y como directivos de las entidades—no debería ser “evolucionar” nuestra raza para que se parezca al modelo que tienen los colombianos (ni ningún otro modelo extranjero).  No.  Nuestro norte debería ser recobrar lo que nuestra raza ha perdido y rescatar el legado de nuestros antepasados.  Preservar la herencia genética que con tanto esfuerzo forjaron nuestros abuelos y que no solo es patrimonio de todos los puertorriqueños, sino del mundo entero.

No tomen a mal mis palabras.  Sé que muchos no vivieron los años de gloria de nuestro Paso Fino, y los pocos caballos y yeguas “de antes” que conocen los han visto en videos mal conservados o con poca resolución.  Lo sé, es muy difícil preservar algo que no se conoce.  Y, seamos realistas, la confusión de las dos razas se ha metido bajo la piel de muchos jóvenes caballistas (y otros no tan jóvenes) que, en su mente, buscan un caballo “puro” que se mueva como tal o cual “fenómeno” colombiano (y aquí el término “fenómeno” no lo uso como algo sobresaliente, sino como algo raro, como “otra cosa”, que es lo que hacen esos ejemplares cuando ejecutan un supuesto ritmo de 4 tiempos sin ninguna isocronía).

De los dos ejemplos de nuestro paréntesis, los colombianos y los peruanos, ¿por qué nos emperramos en seguir imitando a los colombianos cuando podemos emular el amor y el orgullo que tienen los peruanos por su raza?  Nuestro caballo de Paso Fino es único en el mundo.  No merece comparación… ¡y no me digan que no lo comparan, si se nota en algunos que su modelo tiene más de colombiano que de puertorriqueño!  Nuestro norte, nuestro modelo, nuestro ideal, nuestra búsqueda debería ser que nuestros caballos se parezcan a lo que era nuestra raza 50 años atrás… y desde ese punto, mejorarla como raza.  Ya he perdido la cuenta de las veces que he invitado a que miremos al pasado para buscar el ideal que debemos seguir.  No hay que inventar la raza, mucho menos “evolucionarla” … la raza ya está—existe—y nos fue entregada para que la custodiemos y preservemos para las futuras generaciones.

Adaesed, Canela, Cielomar, Cucululú, Esa Sí, Esa Sí Es, Fineza, Glorivee, Guabá, Guajana de Domingo, La Llamarada, Miss Porta Coeli, Miss Puerto Rico, Nube Negra, Promesa de Cupido, Retadora, Wendolyn, Yira Yira… Brujo de Kofresí, Bucanero, Calipso Jr, Caribe de Domingo, Cialito, Cibuco Jr, Corsario, Desvelo, Don Pepito, El Duende, Españoleto, Freko, Kopeki, Papirus, Petrochelli (Kofresí II), Plebeyo, Porta Coeli, Presumido, Siboney El Brujo, Ulesati…

Estos son algunos caballos y yeguas importantes de los 70 y comienzo de los 80 (por orden alfabético).  Todos ellos tenían algo que rara vez encontramos hoy en día… ¡eran finos!  Con esa finura clásica que la raza ha perdido, que lo jóvenes no conocieron y que algunos no tan jóvenes ya han olvidado.  La elegancia y presencia de estos ejemplares.  La delicadeza de sus pisadas.  La naturalidad en el ritmo… ¡La raza era un lujo en esa época!  No me malinterpretes, ¡no eran ejemplares perfectos!  Pero esa es la labor de los criadores, tomar esas características que hacen una raza grande, preservarlas y mejorarlas para hacer que la raza vaya de grande a grandiosa.

Uno de los problemas que actualmente enfrenta nuestra raza es la ignorancia de los que debemos conservarla.  Si no la conocemos—y no hacemos un esfuerzo por aprender sobre ella—corremos el peligro de querer cambiarla, de querer hacerla a nuestra medida, a nuestro gusto… Me perdonan la franqueza, pero en esta era de las redes sociales hay muchos que se creen expertos porque vieron un vídeo en YouTube y escribieron un comentario en Facebook que recibió muchos “likes”.  Tengo que decir, con mucha tristeza, que veo muchas personas persiguiendo un “modelo” que es irreal y nada tiene que ver con la esencia de nuestra raza.

Creo que este artículo sería solamente un desahogo si no compartiera algunas propuestas concretas.  Es importante que reaprendamos todo sobre nuestra raza, que volvamos a enamorarnos del caballo puertorriqueño de Paso Fino… del real, el de antes, el que desarrollaron nuestros antepasados, no esa idea distorsionada que nos hemos ido creando en la mente.  Por eso:

Si tienes videos y fotos de la época dorada de nuestra raza, ¡compártelos!  Ayuda a los más nuevos a conocer lo que era el Paso Fino, porque solamente conociéndolo pueden amarlo y sentir el deseo de preservarlo.

Si eres de los directivos de las entidades, aprovecha este tiempo para educar tu matrícula.  Hemos vivido casi un año de encierro.  Un año donde las competencias han estado limitadas a casi cero.  ¿Por qué no aprovechamos ese año para educar?  Las redes sociales se han convertido en instrumentos idóneos para llegar a las masas.  Hay audiencias cautivas, hambrientas por cualquier cosa que huela a caballos.  La raza es la razón que le da vida a las entidades y en sus estatutos dicen que ustedes existen para preservarla.  Pongan sus esfuerzos en educar a sus socios, si al salir de esta pandemia tenemos un grupo de caballistas más enamorados del verdadero Paso Fino, entonces no habrá sido tiempo perdido.

Si eres un joven caballistas… o uno no tan joven, pero que no conoció lo que nuestra raza era los 70, 80 y 90, busca información.  Sé que no hay mucha, pero aprovecha los videos y fotos que circulan en las redes.  Acércate al pasado de nuestra raza con mente y corazón abiertos, y déjate abrazar por el orgullo de lo que tuvimos.  Todavía se puede rescatar.  Si algo grande tiene nuestra raza es su potencial genético y lo agradecida que es cuando la valoramos, cuidamos y preservamos.

Si llegaste hasta aquí, muchas gracias por tu paciencia leyendo a este enamorado del caballo puertorriqueño de Paso Fino.  Ojalá haya podido transmitirte un poquito del orgullo que siento por nuestra raza y el deseo inmenso de verla resurgir de nuevo como el ave fénix.  Que todos podemos sentirnos dichosos de tener la raza de caballos de silla más “fina” del mundo.  ¡Qué viva el Paso Fino!

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